Hace unos quince años, cierto atardecer de pereza, cercado de amigos en su estudio de Copacabana, Oscar Niemeyer dijo cómo le gustaría aparecer en las enciclopedias y libros de arquitectura. Un registró corto, que no dijera nada más: “Niemeyer, Oscar: brasileño, arquitecto; vivió entre amigos, creyó en el futuro”. Sin embargó, a esa altura, las enciclopedias y libros ya registraban páginas y páginas sobre ese brasileño inquieto, amigo de sus amigos, que cree en el futuro mientras sigue persiguiendo, a los 99 años de una vida vivida a cada minuto, la gracia y la levedad. Solamente sobre su trabajo hay alrededor de 40 libros en idiomas tan lejanos como el griego o el japonés. Nunca leyó ninguno.
Brasilia es el marco más conocido de su obra. La confluencia de lo que hizo antes y el anuncio de lo que haría después. Pero para Niemeyer no es más que eso: un marco. “Brasilia no es fundamental en mi trabajo”, dice el autor de sus palacios. “Me ha gustado hacer lo que hice porque fue un momento de optimismo, cuando todos creían que Brasil iba a mejorar, pero es una parte de mi trabajo. Una arquitectura diferente, por cierto. En Brasilia, los palacios pueden gustarle o no, pero jamás podrá decir que antes había visto algo igual. Un Congreso como aquél, una catedral como aquélla... Puede que haya visto mejores, pero iguales, no. Eso es Brasilia”.
Cuando le preguntan por qué aún sigue trabajando tanto, la respuesta es siempre la misma: “El trabajo me distrae. A mi edad, más vale estar ocupado, para no pasar el tiempo pensando tonterías”. Cuenta que le gusta quedarse solo en su despacho, repasando la vida e imaginando lo que vendrá. “A veces, el pasado aparece y recuerdo mis hermanos, los amigos ya perdidos para siempre, y entonces una tristeza mansa y silenciosa me invade. Otras veces lo que irrumpe es la miseria del mundo, esa miseria inmensa que los más ricos aceptan, indiferentes”.
“Soy radical”, afirma y reitera, con ligeras variantes, a lo largo de las últimas muchas décadas. Y para no dejar ninguna duda, escribió a mano, en la pared que está justo a la entrada de su estudio: “Cuando la vida se degrada y la esperanza huye del corazón de los hombres, la revolución es el camino a seguir...”.
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