Vértigo




—Hay una forma muy mala de decir la verdad.
—¿Cuál es?
—Decirla demasiado tarde.



 

un hombre pasa a mi lado,
me cuenta al oído
que la inmortalidad tiene sus días contados,
pregunta por mis sueños
necesita saber
el número de ellos,
su distancia antes del abismo,
lo  desayunado hoy,
eso perdido ayer,
la última vez que la vi desnuda,
el soneto leído,
el color de sus ojos imperiales,
me siento en el suelo

advierto algo...
este caballero no puede ver,
no contemplará el día del juicio final,
será imposible para él espiar
el hastío,
distinguir la dádiva del pan,
atender cada posada del camino,
a los intrusos
o las señales de los barcos entrando a la bahía,
sus retinas se han apagado
para siempre


ahora
es mi turno,
le pregunto por sus sueños,
no su número,
sino el color de ellos
responde y me promete
seguir oyéndose a si mismo,
pintar las praderas con viento,
desmenuzar el pan,
acariciar cuanta espalda
tenga cerca,
me dice al oído:

—Quiero ser el profeta de la mujer de mi vida
—Eso es imposible
—No para un ciego
—¿Cuál es tu nombre?
—Marco


lo invito a mi morada ,
acepta,
subimos los escalones,
prendo la chimenea,
busco mi scotch,
ese que sabe a turba
y malta,
bebemos,
me acuesto en la alfombra
miro hacia atrás
al niño que no soy
hablamos, vemos la biblioteca,
hay fotos,
de esa criatura que juega mirándose a un espejo
otros tiempos,
otras rosas,
y le diré que no pierda tiempo conmigo,
que la busque a ella
a la mujer de su vida
en esa cima,
en el pañuelo donde un atardecer se quedó,
en la abundancia,
la nada,
sobre los relámpagos,
y balcones con lucidez
esta persona me pregunta
antes de irse,
la razón de esas imágenes
lo miro,
simplemente respondo
que aprendí de una puta vez
que no existen paraísos futuros,
asi pues
no queda más remedio entonces,
que ser ese paraíso

un silencio con sabor a miles de experiencias
invade la casa
nos damos un sincero apretón de manos
y como buenos y educados fantasmas...

desaparecemos.





Marcelo Camisay
Octubre de 2015



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