Escribo estas letras a modo de confesión de un hombre errado.
Contaminado en el delicioso ruido de un erotismo anhelante.
Me interesa hoy el oficio lícito de peregrinar.
Nacer, morir, volver a nacer.
Y que las horas del día me iluminen.
Dejo a mis espaldas armonías de buena fortuna.
Amigo de tempestades, en latín repetiré lo mismo.
Para que las cosas tengan sentido, una vez más.
La censura no triunfa, como tampoco el Edén.
Niños y mujeres, partisanos o esclavos, todos escriben igual.
La ruta es bendita, al haber sufrido tanto, y dedos de los pies secos al fin.
Mi espalda está rota, no mi espada, que está presta.
Ese ruido de una línea de sombra, esa poesía sensible,
un abismo desesperado que al final, ha tenido premio.
Mis zapatos caminaron esa huella.
Y la vida que se perdió, es una ciudad ajena.
De algo, entonces, puedo estar seguro.
Me interesa despertarme de madrugada, con el mar en el pecho
Y volar juntos - cuando sea- hasta el fin de los tiempos.
Hasta que una familia me abra la puerta.
No me había dado cuenta de ese cielo.
Para encontrar la noche perfecta, que tanto sueño.-
una canción de cuna en la época dorada del imperio
Mi noción del cambio, los tiempos terribles.
El propósito de un libro
añejo como una calavera
Cierro los ojos y marcho a paso gentil, al oeste otra vez.
A buscar a mis hijos, a encontrarlos.
A extrañarlos, aún después del beso de bienvenida.
Marcelo Camisay, Febrero de 2013
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